Qué nos motiva, qué nos mueve

¿Qué nos motiva, qué nos mueve?

“Al hombre le parece bueno todo lo que hace, pero el Señor es quien juzga las intenciones.”
Proverbios 16:2

Paula tiene 22 años, es nueva en la congregación.

Siempre le han dicho que tiene buena voz, le gusta cantar las canciones de moda.

Cantar en el coro de la iglesia nunca le atrajo.

Esta vez está decidida, las otras chicas que cantan en el coro son muy bien vistas por los otros jóvenes de la iglesia.

“Entraré en el coro, se dice a sí misma.

¿Qué puedo perder? De este modo podré hacer más rápido nuevos amigos.”

Juan es un padre de familia.

En la iglesia todos lo conocen como un hombre recto y capaz, cabeza de hogar que ha sabido llevar con éxito su matrimonio y ser padre responsable de tres intachables niños.

La iglesia ha invitado  a ofrendar para ayudar a una hermana que esta enferma.

Juan está dispuesto a colaborar, pero se siente inseguro en cuanto a la suma.

“Cincuenta me parece poco, ¿qué van a pensar los hermanos de mí?

Tienen que ser por lo menos cien o ciento cincuenta, alguien como yo no puede dar menos.”

María es una mujer mayor y sola.

Siempre ha tenido un corazón dispuesto a ayudar, al menos siempre ha tenido la necesidad de acercarse a personas en dificultad.

Una de las líderes de la iglesia tiene problemas con la crianza de sus hijos adolescentes.

María está dispuesta a ofrecer su ayuda: “Estela sabrá apreciarme aún más si puedo serle útil con este problema.”

¿Qué nos motiva, qué nos mueve?

¿Qué intenciones guarda nuestro corazón detrás de nuestras decisiones y acciones.

¿Qué metas están dictando mi presente manera de actuar?

“Sin embargo, el que mi conciencia no me acuse de nada no significa que yo por esto sea inocente.

Pues el que me juzga es el Señor.“ 1° Corintios 4:4

¿Qué encontrará el Señor cuando saque a la luz lo que ahora está en oscuridad y dé a conocer las intenciones de nuestro corazón? (I Corintios 4,5)

Muchas veces nos encontramos tratando de auto-convencernos:

“Pero si esto que acabo de hacer es bueno.” “Estoy decidido a hacerlo, no hay nada de malo en esto que quiero.”

¿Y qué hay de lo que va por detrás, podríamos hacer las mismas afirmaciones si somos sinceros con nosotros mismos y reconocemos la fuente de lo que nos está motivando?

Seguramente nadie se atrevería a poner en tela de juicio a una joven que quiere servir, o a un hombre generoso en sus ofrendas o una mujer preocupada y dispuesta a ayudar a sus hermanos.

Sin embargo, lo que realmente persigue nuestro corazón, aún cuando nosotros mismos no queramos descubrirlo, no le es oculto a Dios.

En algunas ocasiones lo que determina si algo es bueno en esencia o no, no es el hecho en sí mismo, sino la intención que va por detrás.

Al menos esto es lo que el Señor juzgará. (Proverbios 16,2).

A veces estamos tan concentrados persiguiendo nuestras metas personales que nos olvidamos de las de Dios.

Y peor aún utilizamos sus cosas y las cosas que Él mismo nos ha confiado para cubrir nuestras propias necesidades personales insatisfechas.

Mucho más correcto es preguntarnos y preguntarle a Dios,

¿Es esto conforme a tu voluntad y los planes que tienes para mi vida?

¿Cómo contribuye esto, Señor, a tus planes celestiales?

¿Refleja esto que pienso o esto que deseo hacer, el amor que ante todas las cosas debo tener por ti y por mi prójimo?

Analizar si nuestras intenciones son conformes a Dios no es tarea sencilla.

Requiere despojarnos de nuestras máscaras y estar dispuestos a reconocer nuestra naturaleza egoísta.

Reconocer que tal vez con la razón hemos pretendido destronar el “YO”.

Pero en nuestro corazón, en nuestro inconsciente y con nuestro comportamiento seguimos reinando nosotros mismos.

Hasta que no entendamos que Jesús nos basta para todas las cosas,que en Él todas nuestras necesidades (no sólo las físicas) están cubiertas y estemos dispuestos a vivir conforme a ello, seguiremos forcejeando con Dios por la corona de nuestras vidas.

Cuando miramos el rostro desfigurado de Jesús en la cruz y dimensionamos un poquito de su amor por los hombres, todos nuestros pretextos se vuelven vacíos, inapropiados y vergonzosos.

Ser agradables a Dios no es nada sencillo, y no se logra con esfuerzo humano.

Ser dignos de Él sólo es posible por la obra de Cristo.

Dios lo sabe y no nos ha dejado solos en esto:

“El Señor dirige los pasos del hombre
y lo pone en el camino que a él le agrada;
aun cuando caiga, no quedará caído,
porque el Señor lo tiene de la mano.”
Salmo 37:23-24

No dejemos de buscar el camino eterno.

Dejemos que el amor de Cristo llene nuestros corazones y nuestros pensamientos.

Que nada nos motive y nos mueva más que agradarle sólo a Él.

Dejemos que él cubra todas nuestras necesidades y así podamos alcanzar la plenitud que sólo es posible en Cristo.

“Oh Dios, examíname, reconoce mi corazón;
ponme a prueba, reconoce mis pensamientos;
Mira si voy por el camino del mal,
y guíame por el camino eterno.”
Salmo 139:23-24