Qué significa estar solo o ser solo

¿Qué significa estar solo, o ser solo?

Qué significa estar solo o ser solo

¿Dónde están los otros (los supuestamente no solos, o acompañados), para que los solos se sientan solos?

¿Quiénes son los solos? Los solos, ¿se sienten solos? o ¿están solos?

Evidentemente todas estas preguntas son un intento de aclarar los términos, despejar prejuicios y conocer a los protagonistas.

Por lo tanto, brevemente trataré de delimitar el campo al cual quiero referirme.
– La soledad, como sentimiento humano penoso, como experiencia de vacío afectivo y añoranza de la presencia y calidez de los otros, no está asociada invariablemente a una situación civil determinada (casados, solteros, viudos o divorciados).

Pensar que todos los solteros o viudos viven en soledad, por ejemplo, es tan prejuicioso como creer que una persona ha resuelto su soledad porque se ha casado.

– En este artículo nos referiremos a los solos y solas como personas que no han formado sus parejas o, habiéndolas formado en un tiempo, ahora están sin ellas, ya sea por muerte, divorcio o separación del cónyuge.

– Desde esta definición simplemente descriptiva estamos desvinculando solo (sin pareja) del sentimiento de soledadque todo ser humano experimenta en algún momento.

ALGUNOS MITOS Y VERDADES

El solo/sola es incompleto.

Esta afirmación es sólo correcta si pensamos en que le falta completar un aspecto de su vida: la pareja, si es que coincide con su verdadero deseo. Pero desde otro punto de vista, todo ser humano es incompleto.

A todos nos faltan cosas y esto es lo que nos impulsa a la búsqueda de lo que necesitamos, sirve como un motor en la vida.

La falta de una pareja habla de un vacío importante, pero de ninguna manera define a la persona total.

Es diferente estar soltero (viudo o divorciado) que ser soltero (viudo o divorciado).

Se es persona, a la imagen de Dios, pero se puede estar… (diferentes estados civiles).

Corregir este concepto ayudará a que los solos no caigan en la autocompasión, y los casados (supuestamente acompañados) no caigan en las miradas y tonos de desprecio o lástima, que tanto daño hacen a los que están solos.

En Filipenses 4:19, Pablo dice a cada creyente que «Mi Dios pues suplirá todo lo que os falte conforme a sus riquezas…»

Y a las diferentes personas nos falta completar diferentes aspectos, pero solamente en Cristo podemos estar plenamente completos. (Colosenses 2:10).


El
 solo/sola es de menor valor.
Esta afirmación difícilmente la escuchemos en forma audible porque pocos se atreverían a formularla en voz alta, pero es un sentimiento experimentado por muchos solos y solas, y también compartido por los otros (no solos).

Los seres humanos establecemos, seamos concientes o no de ello, categorías de lo que es valioso de lo que no lo es.

Una de esas categorías se refiere al estado civil.

Muy pocos admitirían explícitamente que un soltero (¡y sobre todo un divorciado!) goza de un status inferior en los medios religiosos que un casado. Sin embargo, las actitudes revelan lo que de verdad pensamos.

Y se ven muchas actitudes de marginación, tanto de parte de los solos como de los otros.

Pero Dios ha borrado las categorías valorativas que separaban a los hombres:

«Ya no hay judío ni griego… porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús» (Gálatas 3:28).

Esto no significa ignorar las diferencias (económicas, de nacionalidad, de estado civil, de roles, etc.), pero es una declaración que permite que nadie alegue preferencias a la hora de medir su valor ante Dios y acceder a la salvación, sinónimo de salud integral.

El solo/sola es un frustrado o neurótico.

Las personas en general pueden sentirse frustradas o ser neuróticas, pero de ninguna manera es una constante para todos los solos.

«Si se quedó soltero es porque tiene problemas psicológicos», es una frase que escuché tanto de parte de los solteros como de los casados, refiriéndose a los solos.

Es cierto que cualquier persona que tiene un deseo no cumplido experimenta una frustración, y desde este punto de vista es claro que aquél que no ha logrado formar su propia familia, deseando haberlo hecho, se siente insatisfecho en un área muy importante de su vida.

También es cierto que muchas personas no han formado sus parejas o no la pudieron mantener por tener dificultades psicológicas que les impide relacionarse íntimamente con éxito.

Pero de ninguna manera se puede generalizar, extendiendo esto a todos los solos. Sostener este mito aumenta la culpa, el dolor y la marginación innecesariamente ya que coloca un rótulo negativo y muchas veces falso.

«Yo me quiero casar… ¿y usted?»

Muchos de los solos/solas se quieren casar. Y está muy bien.

Pero algunos de los solos solas no se quieren casar, o al menos no a cualquier precio.

Y también está muy bien. Es necesario respetar las distintas posiciones al respecto y no intentar casarlos de cualquier forma.

A veces advertimos a nuestros solos de lo contraproducente que resulta el lanzarse con mucho ímpetu hacia el «candidato» que apareció por la iglesia.

Pero también es cierto que muchos solos padecen el «furor casamenteris» de los buenos intencionados que los quieren casar a toda costa y les presentan candidatos (logrando que huyan despavoridos), les hacen bromas todo el tiempo y finalmente quitan naturalidad al proceso de conocer e interrelacionarse satisfactoriamente con «personas» (no necesariamente candidatos al casamiento).

Es útil que los pastores u otras personas que tengan un amor y gracia especiales ayuden a los solos cuando tienen dificultades, les sugieran encuentros saludables con otras personas y les animen, pero deben evitar caer en «empujar» situaciones o forzarlas.

Casarse es la solución de todos (o casi todos) los problemas

Adjudicar todos los problemas (afectivos, sexuales, temperamentales) que tienen los solos a que no están casados, es tan prejuicioso como adjudicar todos los problemas (afectivos, sexuales, temperamentales) que tienen los casados a que están casados.

Es verdad que el matrimonio satisfactorio es una fuente de realización y gozo, pero toda situación humana tiene sus posibilidades y sus límites, sus alegrías y frustraciones.

Muchas veces se idealiza una situación futura (que tal vez no se dé) para evitar solucionar los problemas del hoy.

«Cuando me case…», o «si me casara…».

¿POR QUÉ ME QUEDÉ SOLO O SOLA?

No es una pregunta fácil de contestar, ni siquiera para el mismo protagonista.

La mejor de las opciones sería poder contestar: «porque así lo elegí».

Y aunque muchos no lo crean, realmente algunas personas eligen deliberadamente quedarse solteros, o no volverse a casar (si han enviudado o se han divorciado), y están satisfechos y en paz con su decisión, siendo una expresión de su madurez y de su libertad.

Los motivos son variados: porque están muy ocupados en alguna misión especial que sería incompatible con las cargas de una familia; o porque no se sienten capaces de afrontar la responsabilidad de una pareja e hijos; o por distintos motivos no siempre fáciles de entender para el observador externo.

También hay otros que hubieran deseado casarse pero no lo hicieron por falta de oportunidades.

Esto les pasa especialmente a algunas mujeres, simplemente por una cuestión de desbalance en el porcentaje entre hombres y mujeres, sobre todo en nuestros ámbitos religiosos donde hay una clara mayoría femenina.

En otros casos, hay algunas dificultades que los solos deben revisar y tratar: v Problemas de personalidad, como el retraimiento, la vergüenza, la inhibición social, hacen difícil que algunas personas se relacionen con otros y en especial si son del sexo opuesto.

Lo mismo sucede con las personas agresivas o con baja autoestima, que no establecen interrelaciones personales agradables y fluidas.v Problemas en la identidad sexual u otros traumas sexuales.

Cuando se han producido fallas en el desarrollo psicosexual (mala identificación con los padres, situaciones de abuso especialmente sexual, malas experiencias sexuales iniciales), la persona encuentra muy difícil el acercamiento a relaciones íntimas como es una relación de pareja.

A veces lo intentan pero se frustran cuando fracasan, y en otros casos directamente se evita la exposición a situaciones de este tipo que se ven como potencialmente «peligrosas».v Mala resolución de la dependencia-independencia.

Para poder iniciar y sostener una relación de pareja es necesario haber madurado lo suficiente como para ser una persona independiente, necesitado de interrelaciones adultas.

Cuando el joven no ha podido lograr la sana independencia de sus padres, por ejemplo, difícilmente pueda lograr una relación saludable de pareja. Muchos de estos jóvenes se casan, pero los problemas se presentan entonces en la vida matrimonial.

En otros casos, y quizás por la fuerte influencia social, la gente hoy tiende a no querer involucrarse en compromisos serios y responsables, y no quieren ceder su autonomía y libertad. En toda relación de pareja hay que ceder algo de la individualidad para poder formar un «nosotros».

Algunos no están dispuestos a hacerlo, y entonces tampoco pueden gozar de un sentido de unión y pertenencia en una relación íntima con otro.v Temores variados: miedo a equivocarse es uno muy frecuente.

Se da especialmente en personas muy exigentes, que no admiten errores y que permanentemente buscan un ideal difícil, si no imposible, de encontrar.

También en las personas que temen repetir el mal modelo de pareja que han sido los padres, y no se sienten capaces de lograr un modelo diferente o piensan que no podrán hacerlo .

Existen otras barreras y dificultades, pero en cualquiera de los casos queremos dejar un mensaje de esperanza: éstos y otros problemas se pueden superar a partir de ser reconocidos y tratados. La motivación no debería ser: «para conseguir una pareja», sino para ser una persona más feliz y plena, para experimentar realmente la libertad y el gozo a los que fuimos llamados en Cristo Jesús.

¿Y LOS OTROS?

Es claro que el vínculo de pareja es el vínculo humano más íntimo, ya que compromete todas las áreas de las personas involucradas.

Dios mismo ha impreso en el corazón humano el anhelo profundo de esta relación, y esto lo podemos apreciar todo el tiempo a nuestro alrededor: en nuestras familias, en nuestras iglesias y en la sociedad toda.

Quizás como un reflejo de este deseo, cada viernes en los diarios más importantes del país aparece una sección especial, con diversos nombres según la publicación, promocionando diversas propuestas para este creciente sector de la población.

Hace un tiempo un periódico porteño publicó un informe especial titulado: «Fórmulas para dejar de ser solos y solas en la ciudad», con el subtítulo: «Cada vez hay más servicios en Buenos Aires para que la gente tenga amor» (Clarín, 28-10-2001).

Más allá del impacto periodístico que pretenden los títulos, me quedé pensando en ellos.

¿Hay «fórmulas» para que los solos y solas dejen de serlo?

¿Se pueden crear «servicios» (obviamente la mayoría de ellos pagos), para lograr que «la gente tenga amor»?

¿Tenemos los cristianos algo que decir al respecto? ¿Qué dice Dios sobre el tema?

Dios nos ha diseñado con la necesidad de relaciones interpersonales significativas.

En su creación original, Dios había hecho un ser humano necesitado y a la vez capacitado de estar en perfecta relación con El, consigo mismo y con su prójimo.

La entrada del pecado rompe esa inicial armonía, y la red de relaciones humanas se corrompe y necesita de redención. Por eso tenemos tantas dificultades en toda nuestra gama de relaciones interpersonales.

Sin embargo, el diseño de Dios pide ser cumplido: necesitamos amor para vivir.

El ser humano puede vivir sano y feliz sin una pareja, pero no puede vivir sin AMOR.

¿Por qué necesitamos todos vivir relaciones amorosas significativas, más allá de la pareja?

¨ Generan bienestar y felicidad.

¨ Fortalecen las raíces de la autoestima.

Todos necesitamos sentirnos amados, valiosos, importantes, pertenecientes, capaces y útiles.

Estas necesidades se cubren cuando recibimos y también cuando nos damos en amor en nuestra variada red de relaciones con los demás.

¨ Enriquecen nuestra vida emocional.

Cuando nos relacionamos con los demás desarrollamos muchos recursos internos para hacerlo, y nos obliga a crecer como personas.

El intercambio y la diversidad nos hace más flexibles, ricos, amplios, ensanchan nuestros límites individuales.

¨ Es un signo de madurez psicológica. Relacionarnos sanamente con otros ayuda a romper con el natural egocentrismo, nos invita a desarrollar comprensión, empatía, ayuda, y también a pedir y recibir lo que necesitamos de otros.

¨ Proveen sostén y son una fuente de seguridad, ayudando a la estabilidad psíquica.

Nadie es autosuficiente en el amor y nadie puede solo, esté soltero, viudo o casado.

Nuestra red de relaciones, cuando es sólida y está bien cuidada, provee de la seguridad necesaria frente a las pruebas y contingencias de la vida. No es casual que, en tiempo de crisis, uno de los ejes que se toman para evaluar el pronóstico de estabilidad emocional de una persona sea el de sus relaciones afectivas.

«Más valen dos que uno, porque obtienen más fruto de su esfuerzo. Si caen, el uno levanta al otro. Ay del que cae y no tiene quien lo levante!… Uno solo puede ser vencido, pero dos pueden resistir.

La cuerda de tres hilos no se rompe fácilmente!». (Ecles. 4:9-12, N.V.I.).

Si miramos el contexto, este pasaje no se refiere únicamente a la fortaleza que se encuentra en el vínculo de pareja, sino a vínculos diversos.

Dios ha provisto un marco donde estas relaciones significativas puedan desarrollarse.

Sabemos que el diablo siempre intenta interponerse en los planes de Dios desviando y desvirtuando sus propósitos.

Su intervención ha producido la alienación del hombre con su Dios, consigo mismo y con los demás. Pero Dios nos ha provisto de un Salvador, que nos da salud y vida.

Salud en su sentido más amplio, abarcando también nuestras relaciones interpersonales.

«El ladrón no viene más que a robar, matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia» (Juan 10:10b).

A diferencia de los antivalores de una sociedad exitista y marginadora de los más débiles, Dios tiene un especial cuidado por los más débiles y desea que su pueblo lo imite.

El se ha ocupado desde la antigüedad por lo que hoy llamaríamos la «población de riesgo».

Múltiples pasajes del Antiguo Testamento muestran a un Dios sensible y preocupado por los más vulnerables: los extranjeros, las viudas (hoy podríamos agregar los solteros, divorciados, madres solteras, los casados que se sienten solos), los huérfanos (también abandonados, chicos de la calle, hijos de divorciados), los pobres.

Agregaríamos también hoy a los ancianos, desocupados, marginados, adictos en recuperación, etc. Es decir, cualquier ser humano que por sus circunstancias se encuentre desamparado y vulnerable emocional y físicamente.

(Exodo 22:21-27, Deuteronomio 24:17-18, Deuteronomio 10:17-19, sólo por citar algunos ejemplos).

«Padre de huérfanos y defensor de viudas es Dios en su santa morada. El hace habitar en familia a los desamparados…»(Salmo 68:5 y 6).

Encontramos en el Nuevo Testamento, a partir de la revelación completa de Jesucristo, la continuidad y perfeccionamiento de estos principios divinos.

Si bien la salvación es personal y Dios trata con el individuo, El sabe que el hombre necesita vivir en compañía, sosteniendo y siendo sostenido por los otros.

El «hacer habitar en familia» del Antiguo Testamento se transforma ahora en «pertenecer a la familia de Dios» (Efesios 2:19), entrando a ella a través de un mismo Padre.

El carácter relacional del evangelio se aprecia en la expresión tantas veces usada en el Nuevo Testamento: «unos a otros», aludiendo a las interacciones entre los hijos de Dios.

No se trata sólo de reunirnos en un mismo lugar, orar, cantar y ofrendar juntos, sino de cubrir unos las necesidades de los otros, satisfaciendo así las necesidades afectivas y espirituales profundas que cada ser humano tiene.

Sólo por mencionar algunas de estas interacciones: miembros los unos de los otros, amarse unos a otros, aceptarse unos a otros, amonestarse (exhortar, aconsejar, enseñar) unos a otros, servirse unos a otros, sobrellevar las cargas los unos de los otros, perdonarse unos a otros, soportarse unos a otros, animarse (consolar, estimular, confortar) unos a otros, etc.

Es claro que en el ejercicio de estas relaciones nos sentiremos acompañados, confortados, seguros, además de garantizar el crecimiento y la edificación mutuos.

¿Qué necesitan nuestros solos y solas?

¨ Afecto profundo, en forma de escucha atenta, tiempo, compañía, calor de familia, etc.

Si los amamos realmente, seremos sensibles a sus necesidades y sabremos cómo cubrirlas con delicadeza y sentido de oportunidad.

¨ Sentirse «personas» antes que solteros, divorciados, solos.

A veces fallamos cuando pensamos que todos los problemas de los solos pasan por no tener pareja.

«El adulto soltero debe cultivar amistades con diferentes clases de personas, tanto casadas como solteras.

Compañía no sólo significa un esposo sino también todos los amigos que necesitamos y que nos necesitan.

Una sola persona humana no puede responder a todas nuestras necesidades. Ni nuestra mejor amiga, ni el ‘esposo perfecto’, o la ‘esposa ideal’. Es por esto que Dios nos brinda toda clase de personas para satisfacer las muchas y complejas necesidades que tenemos los humanos» (1).

¨ Estar en familia, cerca de adultos de su edad, pero también de niños y jóvenes, que proveen la necesaria cuota de alegría y renovación.

«Un matrimonio afectuoso tiene oportunidades únicas para vigorizar la propia estima y los sentimientos de dignidad de una mujer soltera. Las pueden alentar en el cultivo de sus dones y de sus posibilidades, de su originalidad, de sus contribuciones a la comunidad, de sus atributos femeninos…

Y por otra parte no deben permitir que la fuerte independencia de algunas mujeres solteras los haga abandonar el intento. Algunas de ellas muestran ese aspecto exterior porque son muy vulnerables interiormente» (2). Conozco familias que han «adoptado», a través de vínculos de amor, a «tías» o «tíos», a los que integran con naturalidad a sus programas familiares.

También conozco a personas solteras cuyas vidas han sido muy enriquecidas por la adopción de «sobrinos del corazón», multiplicando así las posibilidades de dar y recibir afecto. Ambas partes son igualmente bendecidas.

¨ Ser incluidos en diversos programas de la iglesia. Si bien necesitan reunirse con un grupo afín para conocerse y desarrollar nuevas amistades, no es bueno que siempre formen un grupo aparte o que no puedan integrar de modo natural otros grupos de la iglesia, dado que esto refuerza el aislamiento.

Sin desconocer las necesidades específicas de los grupos, sería bueno revisar nuestros programas para ver si tienden a la inclusión o a la exclusión, con el fin de hacerlos más integradores y abarcativos, sobre todo en un tiempo en que la sociedad tiende a la atomización.

En síntesis, creo que no hay «fórmulas» para dejar de ser «solos y solas» ni «para que la gente tenga amor».

Pero sí contamos con los recursos y los principios de Dios para que los cristianos vivamos el evangelio de tal modo que no nos sintamos solos, sino que podamos hacer palpable el amor y la compañía de Dios a través de las ricas interrelaciones que vivamos entre sus hijos

 LA SEXUALIDAD DE SOLOS Y SOLAS

Habiendo considerado algunas cuestiones sobre la realidad de afrontar la vida «solo», ya sea temporal o permanentemente, y el rol de la comunidad de fe con los solos y solas, abordaremos en forma breve un tema rico y complejo a la vez, que consideramos no puede faltar. La sexualidad del cristiano/a solo/a es un tópico que no puede faltar por dos motivos al menos.

El primero es porque no se puede ignorar que la sexualidad hace a nuestra humanidad y el segundo es porque se trata de un aspecto que provoca muchos cuestionamientos, dudas y temores, eludidos públicamente pero frecuentemente formulados y consultados en ámbitos más íntimos.

La sexualidad nos diferencia y define como personas. Muchas veces se usan como sinónimos «sexualidad» y «genitalidad».

La genitalidad es sólo una expresión de la sexualidad. En cambio, la sexualidad tiene que ver con la forma de sentir, de actuar, de imprimir un impulso vital a todo lo que hacemos y los diversos matices con que hacemos cada cosa en la vida, en definitiva, con la forma de ser hombres o mujeres en el mundo. Reconocemos en la sexualidad varias dimensiones:

  1.  Física o biológica: Este aspecto da forma a nuestros genitales (femeninos o masculinos), a nuestras hormonas, a la reacción de nuestros sentidos.
  2.  Mental: La forma en cómo sentimos y pensamos también es expresión de nuestra sexualidad.
  3.  Relacional: Implica el deseo de relación íntima con otra persona, el compartir, el comunicarse, el compañerismo íntimo, etc. Lleva al descubrimiento profundo del sí mismo y del otro.
  4.  Espiritual: Está implicada la necesidad de trascendencia. Para el hijo de Dios, vida cristiana y sexualidad no están divorciadas. Por el contrario, la vida cristiana es integral, atraviesa todos los aspectos de nuestra vida, incluyendo nuestra naturaleza sexual.

Sexualidad y culpa

Muchas veces se asocia «religión» con censura, prohibición, culpa y neurosis.

Dependiendo de cómo se viva la religión, puede ser cierto. El hablar de sexualidad con frecuencia produce una compleja mezcla de sentimientos: placer, vergüenza, culpa, duda. Nos cuesta todavía integrar sexualidad y fe.

A veces la sexualidad aparece como una amenaza a la santidad, así que pareciera que hay que mantenerla a raya, controlada, reprimida. En el otro extremo, muchos parecen haberse liberado de todos los «tabúes» sexuales y no se someten a ninguna clase de límites.

Aunque parezca muy obvio, es bueno recordar una vez más que Dios nos creó seres sexuales y se mostró expresamente complacido con su creación. «Y Dios creó al ser humano a su imagen; lo creó a imagen de Dios. Hombre y mujer los creó.. Dios miró todo lo que había hecho, y consideró que era muy bueno» (Génesis 1:27,31).

«Todo lo que Dios ha creado es bueno…» (1ª. Timoteo 4:4). El evangelio no asocia sexualidad con pecado, aunque el cuerpo, y también la mente, en todas sus expresiones puede ser instrumento del pecado que anida en el interior del ser humano.

La sexualidad, como todas las cosas creadas por Dios, es buena, y debemos tomarla con acción de gracias, expresándola bajo los parámetros divinos saludables.

«Que Dios mismo, el Dios de paz, los santifique por completo, y conserve todo su ser –espíritu, alma y cuerpo- irreprochable para la venida de nuestro Señor Jesucristo» (1 Tesalonicenses 5: 23).

«Necesidad sexual»: ¿mito o realidad?

Vivimos en una sociedad altamente intoxicada con contenidos sexuales.

En realidad todos, seamos solteros o casados, seamos adolescentes, jóvenes o adultos, estamos expuestos diariamente a infinidad de estímulos sexuales.

Nos llegan a través de la conversación de nuestros compañeros de trabajo o estudio, de la publicidad en los medios gráficos o audiovisuales, las películas, Internet, etc.

No podemos ignorar el efecto modelador que los medios masivos de comunicación tienen en la sociedad actual.

También los modelos y los valores (o antimodelos y disvalores) nos llegan a través de las opiniones supuestamente calificadas de psicólogos, sexólogos, actores y cuanto famoso asome por la pantalla televisiva, que nos dicen lo que debemos pensar sobre todos los temas de la vida, incluyendo nuestra sexualidad.

Es claro que se ha degradado la sexualidad, rebajándola a un plano meramente físico.

Se la adorna excesivamente relacionándola con el placer y la libertad, desproveyéndola de sus dimensiones éticas de responsabilidad y compromiso. Se nos quiere hacer creer que tener relaciones sexuales es una necesidad ineludible e impostergable para el ser humano.

El impulso sexual con que hemos sido diseñados es una realidad, y no necesitamos negarlo para tener una actitud correcta con respecto al ejercicio de la sexualidad.

También es cierto que las relaciones sexuales dentro del matrimonio constituyen el modo completo en que la tensión sexual puede canalizarse, además de ser la expresión de los componentes emocionales profundos de la sexualidad humana.

Las personas solas carecen de la posibilidad de esta vía de expresión, y muchas veces sufren por ello.

Y es razonable que sea así. Sin embargo, no es cierto que el sexo genital sea una necesidad humana básica; nadie muere o enferma por su ausencia.

El amor, en cambio, sí lo es: se puede enfermar o morir por su ausencia.

Y nadie tiene que renunciar al amor, sea soltero, viudo, divorciado, casado, joven o viejo.

«El sexo genital no puede crear comunión entre dos personas. No puede sacarnos de nuestra soledad.

Y cuando alguien usa sus genitales para escapar a la soledad que hay en su vida, queda expuesto a ser arrastrado a una prisión mucho más profunda de soledad» (3).

Viviendo saludablemente la sexualidad

El cristiano solo (entendido como sin pareja) no es menos sexual que el casado porque no esté ejerciendo el aspecto genital de su sexualidad y tampoco debe renunciar a la sexualidad entendida en su sentido amplio.

«Ser sensual significa estar presente en cada momento de la vida, sintiéndola, disfrutándola, aprendiendo, explorando, apreciando el mundo que Dios ha creado y la gente que lo habita» (4).

Podemos celebrar el haber sido diseñados por Dios con impulsos sexuales, agradeciéndole por esto, y desechando culpas falsas y agobiantes.

Tanto los casados, como los solteros, viudos y divorciados tenemos que entregar nuestra sexualidad a Dios en la búsqueda de Su voluntad, como lo hacemos con otras áreas de nuestra vida.

«Cuando empiezas a sentirte sobrepasada por tus naturales deseos sexuales, detente y da gracias a Dios por ser humana y normal. Dale las gracias porque estás llena de fuerzas creativas, porque el impulso sexual es parte de las energías básicas que todo ser humano tiene en íntima reserva para que su relación con los demás tenga un sentido, para encontrar el propósito de nuestro trabajo diario, para desarrollar las capacidades artísticas propias, para sentirse recompensado por el sentido de la realización propia…

No aísles tus energías sexuales del resto de tus poderes por estar constantemente pensando en el sexo» (5).

Aceptar el límite que Dios establece para las relaciones sexuales que deben darse en el marco del matrimonio, no significa ser condenado a la ansiedad y la frustración sexual.

El quiere que seamos libres, a través de Jesucristo, tanto de la represión como de la compulsión sexual y también de la ilusión de creer que el ejercicio de la genitalidad es indispensable y suficiente para llenar el vacío de una persona al creer erróneamente de que el sexo tenga poderes para hacernos personas felices y realizadas.

Cristo nos hizo libres en el marco que Dios estableció para cada situación.

No existe la libertad absoluta, ni dentro del matrimonio ni fuera de él. La verdadera libertad es tal cuando se respetan los límites protectores y saludables que Dios ha puesto.»No buscamos una teoría sobre la sexualidad ni un conjunto de reglas sobre el comportamiento sexual; buscamos una mejor comprensión de lo que somos, lo que tendemos a hacer de nosotros mismos y lo que podemos llegar a hacer por la gracia de Dios.

Entonces sí podremos encuadrar nuestra sexualidad y nuestro comportamiento sexual dentro del patrón y la perspectiva bíblica»(5).

Jesús, un soltero muy humano

A veces tendemos a pensar en Jesús como alguien fuera de la condición humana.

Es cierto, fue completamente divino, pero también fue completamente humano.

«Porque no tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que ha sido tentado en todo de la misma manera que nosotros, aunque sin pecado» (Hebreos 4:15).

Realmente la humanidad de Jesús es admirable: vitalidad, propósito, actividad, equilibrio entre razón y emoción, trato con todo tipo de personas, diversidad de matices en las relaciones interpersonales.

.. ¡Su vida es emocionante y rica! Desplegó en su breve trayectoria terrenal todo el proyecto de vida que Su Padre había dispuesto para El. Trabajó con intensidad, pero también descansó.

Disfrutó, pero también sufrió. Estuvo muy acompañado, pero también muy solo. Fue expuesto a todos los riesgos y a todas las tentaciones humanas, pero salió victorioso de todas ellas.

Desde el punto de vista del estado civil, Jesús fue un hombre soltero.

No tuvo una relación de pareja. Realmente Jesús es la clase de persona normal a la que todos quisiéramos parecernos.

Hombres y mujeres, jóvenes o adultos, solos o no solos.

Todos podemos y necesitamos sentirnos identificados con El, comprendidos y más aún, ayudados en nuestras dificultades humanas, cualesquiera sean.

«Así que, acerquémonos confiadamente al trono de la gracia para recibir misericordia y hallar la gracia que nos ayude en el momento que más la necesitemos» (Hebreos 4: 16).

Nota: Todas las citas bíblicas están tomadas de la Nueva Versión Internacional.

Licensiada ; María Elena Mamarian de Partamian

Este trabajo fue publicado originalmente en tres artículos en El Expositor Bautista, 2002

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